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Maitencillo los inicios de Julio Ponce Lerou

Se lo decía hace años un acaudalado empresario sudafricano a un afortunado ejecutivo chileno: conviene tener registro de cada paso dado en la creación de una fortuna. El extranjero que describía esa receta tenía un patrimonio superior a los 500 millones de dólares y había logrado reconstruir con documentos la trazabilidad completa de su riqueza. El consejo tenía una premisa: mientras más crece la cuenta corriente de una persona, más envidias genera y mayores son las amenazas. Para evitar ataques, conviene entonces tener registro de cómo se construyó, paso a paso, esa fortuna. “No me preguntes, eso sí, cómo obtuve mi primer millón de dólares”, terminó el sudafricano.

Julio Ponce ha asegurado que su primer millón de dólares lo consiguió en el extranjero, entre 1972 y 1974, antes de cumplir los 30 años, en Panamá, donde se hizo cargo del aserradero forestal El Chagres. “A mi regreso a Chile, en julio del año 1974, tenía un patrimonio de 1.200.000 dólares americanos”, escribió en julio de 2005 a una comisión investigadora de la Cámara de Diputados que analizó por segunda vez en dos décadas los procesos de privatización de la era Pinochet[1].

La cifra se obtenía con rentas fijas y variables. “Yo ganaba un porcentaje de las utilidades del aserradero; en esa época yo ganaba bastante plata. Yo tenía un ingreso líquido mensual de aproximadamente 5.000 dólares, y 5.000 dólares hace diez años atrás era bastante dinero y con mucha proyección. Pero llegué a Conaf y, en términos de dólares de la época, el sueldo de director ejecutivo era alrededor de 300 dólares, entre 300 y 500 dólares mensuales. No era el dinero lo que me podía atraer más o menos…”, dijo en 1983 para justificar su regreso a Chile[2].

Ponce ha dicho que en Panamá, donde vivió catorce meses, ganaba dinero extra por cada pie cúbico de madera que conseguía para abastecer al aserradero, y que ahorró una fortuna: vivía con gran austeridad con su esposa y sus dos hijos en Ciudad de Panamá. A Chile se vino pese a la oferta de Omar Torrijos, Presidente de Panamá, de que le manejara sus finanzas personales, ha asegurado en privado. Una década después de reunir su primer capital, atravesaba por dificultades económicas y estuvo a punto de vender su casa para pagar parte de sus deudas. Se había endeudado para adquirir su fundo en Puyehue y emprendió negocios que no rentaban lo suficiente. “De Corfo se fue con una mano adelante y otra detrás”, dice un empresario que lo conoció en esos años. Un asesor de esa época dice que Ponce, aparentemente, no tenía mucho dinero. “Tenía un auto viejo y desvencijado. Lo vi durante dos años y siempre tuvo el mismo terno”, cuenta.

Para reconstruir su patrimonio, debió esperar su regreso a Soquimich. Pero eso fue más adelante.

Julio Ponce Lerou y su socio pescador

Los pescadores más viejos de la caleta de Maitencillo lo recuerdan como uno más, como un contemporáneo, un amigo de juventud. Alguno todavía le dice el Julio. Pero tampoco tienen muchas más historias que contar. Es que pasó mucho tiempo y de él no supieron nunca más. El que lo conoció mejor fue Juan Fernández Vergara, el pescador que fue el primer socio de Julio Ponce, cuando los dos eran jóvenes y solían bucear. Hace poco tenía su propio emprendimiento, la pescadería Don Juan, en el pasaje La Caleta, a metros del recinto que reúne a los pescadores artesanales de la zona. Fernández es cinco años mayor que Julio Ponce y, sentado en la caja de su pescadería, muestra una inicial desconfianza que es en realidad una timidez que pronto se rompe. Es de pocas palabras, pero contundentes. “Julio es un buen amigo”, dice varias veces, para que no queden dudas de que él se ubica en el bando de los aliados. Buceaban juntos en Maitencillo, mariscaban, sacaban erizos, locos, jaibas. El producto del trabajo conjunto lo vendían en un puesto en la caleta que algunas veces atendió Julio Ponce.

El pescador asegura que la alianza fue siempre igualitaria, que las ganancias siempre se distribuyeron cincuenta y cincuenta, tras apartar un dinero para financiar el vehículo, una renoleta que la madre de Ponce, Alicia Lerou, les prestaba para comerciar. Cuando en Maitencillo el mar no entregaba productos, los socios caminaban a otra playa cercana, arrastrando sus trajes de buzo, para recoger machas. También tenían otra técnica para capear la escasez de la pesca: viajar a Valparaíso, a la Caleta El Membrillo, a abastecerse. “Íbamos a comprar productos a Valparaíso y los vendíamos como recién sacados del mar, pero era para mantener el abastecimiento normal de los veraneantes”, recordaba Ponce entre carcajadas varios años después[3].

La alianza duró algunas temporadas y se renovaba cada vez que Ponce visitaba Maitencillo. “Hicimos una especie de pequeña empresa, yo tenía como quince años y sacamos una cuenta bipersonal en el Banco Estado y compramos botes y equipos de hombre rana”, contaba Ponce años más tarde. Esa cuenta bancaria, según Fernández, fue registrada en La Calera. “Fue una realización personal poder ayudar a una persona que hasta ese momento nunca ahorró nada, no tenía nada, siendo un excelente pescador. Y todo lo que ganaba él se lo gastaba en el trago”, decía Ponce.

Alicia Lerou agregaba, en esa misma conversación de 1983, que su hijo ayudó al pescador a salir del vicio y Juan Fernández reconoce con muchos años de distancia que así no más fue, que Julio le dio buenos consejos que él siguió.

La casa de la familia Ponce Lerou estaba a menos de un kilómetro de la caleta, a pocos metros de la playa El Chungungo. Gustavo Ponce Lerou, uno de los cuatro hermanos, la ha puesto en arriendo algunos veranos. Juan Fernández sigue en Maitencillo y recuerda con cariño a su ex socio. Dice que siempre que ha vuelto a esa localidad costera Julio Ponce visita su pescadería. El estudiante de Ingeniería, una vez titulado y ya en su primer trabajo en Inforsa, a fines de los años sesenta, le regaló su parte de la alianza al pescador[4].

LAS VACAS DE JULIO

Julio Ponce hablaba en tercera persona de sí mismo para explicar las actividades privadas que desarrolló tras dejar el gobierno de Augusto Pinochet. Y a veces, en plural. “Hoy día Julio Ponce está dedicado única y exclusivamente al manejo de su negocio ganadero, que consiste en la producción en diferentes predios que arriendo a lo largo de todo el país, porque lo voy trasladando a medida que el clima va cambiando, y a la comercialización de carne. Compro ganado en las ferias del sur, los beneficio en algunos mataderos y se los vendo a distintas cadenas de supermercados”, explicaba en 1983 al periodista Guillermo Sandoval. Aseguraba tener experiencia financiera y empresarial, pero no en el manejo operativo de la crianza y engorda de animales. “Tenemos una empresa que tiene una deuda bastante grande, pero que tiene un flujo operacional alto, todo lo que es compra y venta animal, y creo que directa e indirectamente están trabajando conmigo alrededor de 300 personas. Y realmente me llena de orgullo dar trabajo a 300 personas. Aunque la situación patrimonial, activo-pasivo, es mala, el flujo permite tener una actividad y darle trabajo a estas personas. Por ejemplo, arrendé un predio en la zona de Puchuncaví, donde no había nada, y hoy día hay 30 personas trabajando, lo cual es realmente interesante…”, prosiguió.

En 1983 calculaba que tenía 5.000 cabezas de ganado. El negocio lo había financiado con el crédito por 780 mil dólares concedido en 1981 por el banco de Javier Vial para comprar el predio de Eustaquio Proboste. Pero como Ponce no pagó el fundo, decidió trabajar el dinero del préstamo. Cuando estuvo en el directorio de Iansa, a fines de los setenta y comienzos de los ochenta, aprendió que era arriesgado especular con cambios de moneda o de productos. “Si uno tenía ventas a futuro, tenías que hacer compras, hacer lo que se dice en la bolsa un hedge, una cobertura”, explicaba. Tenía su deuda en dólares, a cinco años plazo, y tenía liquidez en pesos. “Por eso decidí comprar animales que creí yo iban a seguir el valor del dólar en el largo plazo. La verdad es que no se ha dado eso, pero tengo confianza en que en el largo plazo se va a dar”. La situación solo empeoraba. “Cuando el precio del dólar subió de 39 a 75, mis pasivos aumentaron al doble. También el precio de los animales bajó”, explicaba a la periodista Gloria Stanley ese mismo año. En tres años, el valor había descendido desde 1.000 dólares por vaca a 200 dólares.

De todas formas, en los ochenta se dedicó a la ganadería y ganó cierta reputación. Un profesional que compitió con él en esos años dice que intentó sin éxito arrendar terrenos a la Hacienda Rupanco, ya privatizada y vendida al jeque Sulaiman Abdulaziz Alrajhi, para instalar su ganado. Aquello se denominaba medierías. Y Julio Ponce recurría a ellas porque necesitaba más terreno del que tenía: contrataba el talaje a terceros y sus animales recorrían diversos fundos del país. De ahí surgieron las acusaciones de que empleaba el Complejo Panguipulli para mantener sus animales. “Tengo que tener los animales en alguna parte”, se defendía en una entrevista[5].

“Tenía la mesa de ganado más grande de Chile”, dice un ex ejecutivo de la Hacienda Rupanco, en referencia al equipo que transaba animales para él. Ponce era hábil y trabajador, se arremangaba la camisa, dice un competidor, y agrega que tenía un modelo de negocios que se basaba en una sofisticada ingeniería financiera. Para engordar y tener ganado no necesitaba tener tierra, solo animales que criaba en las medierías y luego vendía a buen precio. “No era un hombre de activo fijo. Era imaginativo, creativo y rápido. Tenía más capacidad inventiva que ejecutiva”, dice un ganadero de esa época. Ponce lo explicaba así: “Yo compro en feria todo el animal chico, pero no vendo en feria el animal grande, porque lo beneficio yo mismo, pago los servicios al matadero y lo vendo directamente al supermercado”.

Cuando no tenía producción propia para abastecer a sus grandes clientes, compraba y revendía en ferias. Como hacía cuando vendía pescados en Maitencillo. Pero su negocio era el otro: “Yo no tengo ganancia de precio, tengo ganancia de kilos. Yo produzco kilos y comercializo bien. Mi negocio es ahorrarme el paso de las ferias, que es de un 6% de comisión; 3% por cada lado. Casi ese es mi negocio”, definía como modelo empresarial[6].

El ambiente de negocios, en plena crisis, no era bueno, pero él se declaraba optimista: “Tengo confianza en la recuperación económica de este país y pienso que esto se resolverá. He logrado mantener un negocio eficiente, lo que me ha permitido manejar mis pasivos sin descapitalizarme excesivamente”, afirmaba en agosto de 1983.

Había dejado el gobierno y quería ser un empresario. “Este país es un país de oportunidades y está en que uno quiera trabajar, y tener alguna mente, alguna habilidad empresarial. Si yo pude levantar una empresa que estaba absolutamente quebrada como Celco y pude levantar una empresa como Soquimich… Nunca quise aceptar tentaciones de trabajar con un grupo privado porque tenía el complejo de si me lo estaban ofreciendo por mi capacidad empresarial o por mi parentesco. Siempre quise tener mi propio negocio”.

LOS CRÉDITOS DE CORFO

En 1984, un año después de dejar la gerencia general de la Corfo, volvió al organismo de fomento productivo, pero ahora como cliente. Había decidido agigantar el negocio ganadero que había iniciado junto con la década.

Para negociar empleó dos sociedades. La primera era FRAJ, creada en octubre de 1981. Su nombre completo era Compañía de Inversiones Agroforestal FRAJ Limitada, Julio Ponce era dueño del 99% de las acciones y su hermano Eugenio del 1% restante. La segunda era Comercializadora de Carnes Procar Limitada y Julio Ponce tenía un 25%. Las otras tres cuartas partes estaban en manos de hombres de confianza: otra vez su hermano Eugenio, Guillermo de los Ríos Ramírez y su amigo y empleado Carlos Stutz[7].

Cada sociedad atendía un mercado distinto. FRAJ vendía carne en vara, sin trocear. Procar comercializaba la producción fraccionada, en porciones que entregaba a supermercados y carnicerías. Su modelo de negocios, la engorda de animales que compraba y luego vendía, funcionaba en un país con una demanda en crecimiento. Llevaba cuatro años en el rubro y decidió diversificarse a una tercera área de negocios: la crianza y reproducción de animales finos. Las condiciones de mercado, recordó más tarde en una declaración judicial, aconsejaban dedicarse más bien a la crianza que solo a la engorda. Y abordar ahora el ciclo completo de vida de un animal requería financiamiento de largo plazo.

El negocio se lo sugirieron dos ejecutivos que trabajaban con él a comienzos de 1984: su asesor financiero Fernando Malatesta, un empresario que en 1990 compró la agencia de noticias estatal Orbe y que falleció en 2010, y el gerente general de FRAJ, el ingeniero agrónomo Patricio Sepúlveda Ortega. Y Ponce, que llevaba seis meses fuera del gobierno, aceptó. Para ello, creó un tercer vehículo de inversión dominado casi en exclusiva por él. FRAJ y Procar eran las controladoras de la nueva Ganadera Monasterio Limitada, una sociedad formada en julio de 1984[8].

Menos de dos meses después de la creación de Monasterio, el 10 de septiembre de 1984, la Corfo le concedió el primer crédito para su nuevo emprendimiento: 15.000 Unidades de Fomento (UF), unos 420 millones de pesos de 2019. Era el financiamiento de largo plazo que necesitaba.

El proyecto consideraba la compra de 50 vacas, 24 toros y 600 vaquillas, todos de raza Hereford, una de las mejores del mercado, para ser criados en el fundo La Estancilla, un predio que arrendaba en Puchuncaví, cerca de La Calera y Maitencillo. La zona de Julio Ponce.

La Corfo le concedió cuatro años de gracia para pagar la primera cuota del crédito[9].

En 1985, se propuso multiplicar su proyecto y recurrió nuevamente a la Corfo y pidió un préstamo casi diez veces mayor: 135.000 UF, casi 4.000 millones de 2019. Con esos fondos, pretendía comprar 2.760 vaquillas Hereford y sembrar 1.100 hectáreas de pasto para forraje en tres predios: La Estancilla, El Cuadro de Casablanca, propiedad de otra de sus empresas, y el fundo Puyehue, en la comuna de Entrelagos. La Corfo aprobó el crédito en julio de 1985, aunque el financista final era el Banco Interamericano de Desarrollo, que otorgaba recursos a Chile para desarrollar su economía. Julio Ponce fue una o dos veces a las oficinas de la Corfo a justificar su proyecto, el que fue evaluado y presentado al comité de créditos por el gerente de fomento, Eduardo Silva Aracena, subordinado suyo durante su paso por el organismo. Incluso viajaron funcionarios de la Corfo a defender los proyectos de Julio Ponce hasta las oficinas del BID en Washington en noviembre de 1985, y un ingeniero del organismo estatal proyectó una formidable rentabilidad para el negocio: 20,28%. Eduardo Silva escribió al BID en octubre de 1985 que el programa pecuario era novedoso, manejaba grandes masas de reproducción bovina y combinaba predios distantes a lo largo del país, optimizando con ello el buen aprovechamiento del forraje de cada zona en cada temporada. “Es rentable”, escribió[10].

Dos años después, el proyecto había fracasado estrepitosamente. El 24 de marzo de 1987, Patricio Sepúlveda, el gerente de Ganadera Monasterio, escribió a la Corfo. “Haciendo una proyección de los futuros ingresos, concluimos que la empresa no podrá cumplir los compromisos de pago con esa Corporación y que con el correr de los años la situación financiera se irá deteriorando rápida e irreversiblemente”. La misiva enumeraba los factores de la debacle: los desembolsos del crédito tardaron en llegar a Monasterio por la demora del BID en aprobarlo, lo que obligó a contratar otros préstamos con una tasa de interés elevada; una grave sequía que afectaba a los campos de la Región de Los Lagos y el deterioro de los precios del sector[11].

Monasterio no había pagado ni una sola cuota de los dos préstamos y propuso ceder en pago las garantías que había constituido a cambio del dinero. Julio Ponce culpó años después en una causa judicial a la sequía y a la fiebre aftosa de su fracaso ganadero. Ante los detectives que lo interrogaron en 1991 debió responder preguntas incómodas. “Respecto de si yo utilicé o me aproveché de mi calidad de yerno del mandatario de la nación en esa época para obtener estos créditos, debo señalar que nunca y creo que, sobre el particular, la mejor respuesta la pueden dar los funcionarios de Corfo”, declaró[12].

La carta que envió el gerente de Ganadera Monasterio y la sesión del Consejo de Corfo que decidió saldar las deudas con las garantías ofrecidas pasaron solo tres días. El 27 de marzo de 1987, con la presencia de varios ministros, entre ellos dos generales de Ejército y el jefe de Hacienda, Hernán Büchi, el Consejo aprobó la dación de pago.

En esa sesión expusieron el fiscal Ismael Ibarra y el gerente de fomento Eduardo Silva, el mismo que había recomendado al BID asumir el riesgo del préstamo. Ibarra dijo que Monasterio proponía entregar 11 parcelas en El Abrazo de Maipú y una en Conchalí, propiedades que sumaban 630 mil metros cuadrados, y 1.611 vaquillas de reproducción. Silva apuntó que la valorización de las garantías ascendía a 201.123 UF, equivalente a 128% de la deuda. Propusieron aceptar la dación en pago y el Consejo aceptó[13].

La operación sufrió varias modificaciones y el último acuerdo registrado por la Corfo es de febrero de 1988[14].

Pago de los créditos, sin embargo, no se satisfizo. Las propiedades entregadas por Ponce estaban sobrevaloradas y las vaquillas estaban en mal estado. Eran animales de desecho. Además, fueron entregadas en lugares tan disímiles y alejados como Valdivia y Torres del Paine, y el organismo estatal debió asumir el costo de trasladarlas y venderlas. Las parcelas en El Abrazo de Maipú se habían valorizado a precios irreales. Un solo ejemplo: Ganadera Monasterio cedió tres parcelas que la Corfo aceptó en marzo de 1987 a un valor de 32 mil UF. Julio Ponce las había comprado sesenta días antes a una cuarta parte de ese valor: 7.976 UF. Todo está en el largo informe de 29 páginas dedicadas a analizar el caso.

El fiasco económico fue tal que el Consejo de Defensa del Estado inició una causa por estafa y fraude al fisco en julio de 1991 y acusó, ya en el gobierno de Patricio Aylwin, que los perjuicios totales habían superado las 120 mil UF, unos 3.400 millones de pesos actuales. Pero la causa fue sobreseída temporalmente porque el tribunal no consideró del todo justificada la perpetración del delito. Y el CDE dio de baja el asunto en agosto de 1996. El CDE no guarda copia de esta causa, porque su política es destruir sus expedientes al cumplirse diez años del fin de un juicio[15].

Defensores judiciales del Estado han decidido no tener memoria. Por ese juicio, Julio Ponce debió declarar en 1991 en la Brigada de Delitos Económicos. Se defendió de las acusaciones, explicó las razones de sus malos negocios y afirmó que cuando Ganadera Monasterio comunicó a la Corfo, en marzo de 1987, el fin de su aventura empresarial él prácticamente no intervino porque no estaba bien de salud y todo lo delegó en su hermano Eugenio. “En relación a la dación de pago, no intervine en ningún momento: en primer lugar, porque correspondía a Corfo aceptarla o no, y en segundo lugar, porque en aquella época me encontraba enfermo y enteramente alejado de los negocios”[16].

Los malos negocios coincidieron, ese año, con su mala salud.

FASE MANIACA

El teléfono sonó a una hora inusual. Era cerca de la medianoche cuando Carlos Stutz levantó el auricular y, sorprendido, escuchó la llamada desde Chile. Tras el anuncio urgente, de noche, dejó el departamento que junto a su familia ocupaba en São Paulo y salió con destino desconocido.

Vivía desde hacía tres años en Brasil y dirigía la oficina comercial que él mismo abrió para Soquimich en ese país, uno de los mercados más apetecidos para una empresa productora de fertilizantes agrícolas. Esa noche de mayo o junio de 1986 debió partir a Río de Janeiro con un encargo especial: rescatar a Ponce Lerou, quien estaba en esa ciudad y había sufrido una crisis que lo tenía prácticamente catatónico. Hasta Brasil, cuenta una persona que escuchó la historia de boca del propio Stutz, llegaron desde Santiago su hermano Eugenio y su cuñada Lucía Pinochet para traerlo de vuelta.

Gerente general de Soquimich, Eduardo Bobenrieth, recuerda así lo que ocurrió: “Estando Julio de viaje en Brasil, sufre un colapso nervioso que lo lleva a deambular por el subterráneo (metro) de Río de Janeiro hablando incoherencias. Eugenio Ponce trabajaba conmigo en Soquimich, mandamos al jefe de la oficina (en Brasil) a rescatar a Julio y traerlo a Chile para internarlo en una clínica de reposo. En el intertanto, Eugenio se hizo cargo de sus negocios y los fue liquidando uno a uno, hasta quedar sin activos ni deudas”, cuenta por escrito Bobenrieth a mediados de 2015. Un registro oficial reportó que el 13 de mayo de 1986 Julio Ponce viajó rumbo a Argentina; tres semanas más tarde, el 3 de junio de 1986, reingresó a Chile desde Brasil[17].

El colapso de salud quedó registrado en documentos oficiales posteriores. “El paciente afirma que él atravesaba en 1986 por una fase maníaca, con prescripción de Litio y Rivotil [sic], pero no tomó regularmente este medicamento. Por eso tuvo dos recaídas. Ahora, con la ingesta regular, no ha tenido nuevas recaídas”, dice un documento, en alemán, que fue entregado a la Superintendencia de Valores y Seguros por Eugenio Ponce.

Reporte médico sobre Julio Ponce, tenía quince páginas que nadie se molestó en traducir, fue anexado descuidadamente a un expediente investigativo y pretendía justificar su inasistencia a una citación del órgano fiscalizador, que investigaba la estructura de control de Soquimich en una causa que terminó con Ponce sancionado. Era el año 2000, Ponce estaba en Austria y no podía viajar a Chile a ese interrogatorio porque había sufrido una caída practicando equitación que le dejó con dolores en la vértebra torácica y la pelvis. El reporte médico era sobre ese accidente, pero en su página 10 contenía la evaluación neurológica firmada por el doctor Leblhuber que revelaba el trastorno bipolar que padece[18].

“En ese tiempo estaba todo mal para Julio”, dice otro ejecutivo de Soquimich que era cercano en esos años. Una persona que lo conoció bien dice que Ponce vinculaba esa descompensación de salud a la debacle de su negocio ganadero: que apenas llegó al sur a supervisar el avance de su inversión, y constató en persona la sequía de 1986, sintió que lo había perdido todo.

Hoy su trastorno bipolar está bajo control. Desde hace años, ha dicho él mismo, ya no requiere medicación diaria. Además, exhibe un estado físico envidiable. A sus más de 70 años, su rutina diaria incluye más de una hora de cabalgata. Cambió las vacas por los caballos.

FORBES

Cuarenta años después de volver a Chile desde Panamá, y 27 años después de su sonoro fracaso en el mundo de la ganadería, en 2014 debutó en el tradicional ranking que año a año realiza la revista estadounidense Forbes de las personas con un patrimonio superior a los mil millones de dólares. Lo ubicó en el lugar número 764. Era uno de los doce chilenos que integraron el selecto grupo ese año, y la revista le asignaba 2.300 millones de dólares de patrimonio.

Siguió apareciendo en el ranking Forbes de los años siguientes. En 2015 ocupó el puesto 894; en 2016, cuando su fortuna se estimó en 1.400 millones de dólares, bajó al lugar 1.275; en 2017 saltó al 631; en 2018 alcanzó su mejor posición, el número 422, con un patrimonio que, según la revista, se disparó a 4.800 millones de dólares gracias al auge del litio.

En 2019, le atribuyó 3.800 millones de dólares, lo ubicó en la posición 546 y en el segundo puesto en Chile, detrás de Iris Fontbona, la viuda de Andrónico Luksic Abaroa. Según el catastro de Forbes, superaba en patrimonio, entre otros, a Horst Paulmann, el dueño de Cencosud, y a Sebastián Piñera, Presidente de Chile, una primacía inconsistente en la realidad.

Lista de Forbes ha sido cuestionada por sus imprecisiones metodológicas y sus variadas inexactitudes. Durante varios años, por ejemplo, le adjudicó desprolijamente a Ponce solo un hijo en lugar de los cuatro que tiene. Y en la estimación de su fortuna, los cálculos resultaron siempre excesivos y arbitrarios: Ponce tenía una fracción menor de la propiedad final de SQM, que jamás ha superado el 15%, y nunca Forbes explicitó si había descontado las deudas que se acopiaban por millones. Pero el ranking le proporcionó visibilidad y presencia.

Breve reseña que Forbes publicó en 2017, en su versión 30 del ranking global, lo describía así: “La fortuna de Julio Ponce Lerou, un ex yerno del difunto dictador chileno Augusto Pinochet, proviene de su participación en la Sociedad Química y Minera de Chile (SQM), una compañía que transa públicamente, privatizada por el gobierno de Pinochet en la década de 1980. Por cerca de 40 años Ponce encabezó SQM, uno de los mayores productores mundiales de nitrato de potasio, yodo y litio –químicos usados en fertilizantes y pantallas LCD–, pero renunció como presidente en abril de 2015, citando razones personales”. En eso, la revista no erraba. Soquimich fue, a diferencia de todos sus otros emprendimientos, una muy buena, pero controvertida, inversión. Su abordaje requiere un capítulo completo.

NOTAS Y REFERENCIAS
[1] Carta enviada el 14 de julio de 2005 por Julio Ponce Lerou a Carlos Montes, presidente de la comisión investigadora encargada de analizar presuntas irregularidades en las privatizaciones de empresas del Estado ocurridas con anterioridad al año 1990.

[2] Audio de entrevista a Julio Ponce, 28 de septiembre de 1983, realizada por Guillermo Sandoval.

[3] Ibíd

[4] Conversación con Juan Fernández en su local en Maitencillo, verano de 2017.

[5] Gloria Stanley, “Mi única preocupación en la vida ha sido ser solo Julio Ponce”. Qué Pasa 643, 4-10 de agosto de 1983.

[6] Audio de entrevista a Julio Ponce, 28 de septiembre de 1983, realizada por Guillermo Sandoval.

[7] Informe de la Corfo sobre créditos a la Sociedad Ganadera Monasterio, 29 páginas.

[8] Julio Ponce tenía una participación accionaria ponderada de 98,25% en Ganadera Monasterio, su nuevo vehículo de inversión. El nombre replicaba la dirección que entonces tenía el ingeniero forestal: junto a su familia vivía en calle El Monasterio 11095, en la actual comuna de Lo Barnechea.

[9] Informe de la Corfo sobre créditos a la Sociedad Ganadera Monasterio.

[10] [11] «Ibíd»

[12] Declaración extrajudicial de Julio Ponce en la Brigada de Delitos Económicos de la Policía de Investigaciones, septiembre de 1991. Causa rol 134.660, del ex 2° Juzgado del Crimen de Santiago. Citado por Manuel Salazar en Todo sobre Julio Ponce Lerou. De yerno de Pinochet a millonario, Santiago, Uqbar, 2015. El expediente de este caso fue solicitado por el autor en tres ocasiones en el Archivo Judicial. Sin embargo, figura extraviado.

[13] Acta sesión de Consejo de Corfo Nº 149, celebrada el 12 y el 27 de marzo de 1987.

[14] Información proporcionada por la Corfo tras solicitud de acceso a la información a través de la Ley de Transparencia.

[15] Respuesta proporcionada por el Consejo de Defensa del Estado vía Ley de Transparencia.

[16] Declaración extrajudicial de Julio Ponce citada en Manuel Salazar, Todo sobre Julio Ponce Lerou. De yerno de Pinochet a millonario, op. cit.

[17] Oficio de la Jefatura Nacional de Extranjería y Policía Internacional al 23 Juzgado del Crimen de Santiago, 9 de junio de 1989. Causa rol 6388, del ex 23° Juzgado del Crimen de Santiago contra Julio César Ponce Lerou, por el delito de injurias. Archivo Judicial. En 1986, Julio Ponce además viajó a Argentina por tres días en enero, a Perú por tres días en marzo, y a Estados Unidos por 10 días en julio.

[18] Expediente por sanción de la Superintendencia de Valores y Seguros a Julio Ponce Lerou, Roberto Guzmán Lyon y Jorge Araya, de 2000

Fuente: Ciper Adelanto del libro “Ponce Lerou: Pinochet. El litio. Las cascadas. Las platas políticas”

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