La Bahía on Line
Nos leen, nos creen

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El Capitalismo Algorítmico, Tercera Parte, La Columna de Citadini

Ya tenía el Mercedes en mi poder, una cuna, la verdad. Mis amigos de las tierras bajas eran los más contentos con mi nueva adquisición, en realidad lo disfrutaban más que yo. Pero lo que vino después tuvo consecuencias insospechadas para esta historia.

Resulta que me encontraba frente a mi Mac, y por equivocación —debido a mi poca destreza con el teclado— hice click en una publicidad de yates. Entonces casi inmediatamente el algoritmo detectó mi (falso) interés, y comenzó a enviarme ofertas de yates todos los días y a cada rato. Le conté estos a mis amigos, (craso error) y empezaron a molestarme para que me comprara un yate.

“Cómprate un yate, Citadini, la vida es una sola, hay que disfrutarla. Para qué quieres guardar tanta plata si al final vas a parar las chalupas de todas maneras, no seas tacaño”, y cosas por el estilo. Hasta que me convencieron.

Me compré un yate súper lujoso que había desechado un actor de Hollywood. No les cuento la cantidad de palos verdes que tuve que pagar. Como yo prefiero las montañas al mar, dejé el yate a cargo de un par de amigotes e hice unas visitas a mis antiguos dominios.

Lo que no había notado fue que mis amigos en estos nueve años bajo mi alero habían engordado bastante. Los asados de lomo vetado, filete y choripán los habían hecho subir varios kilos. Para más remate, en su primer paseo, invitaron a sus propios amigos y amigas, (la mayoría con sobre peso) y los llevaron a navegar mar adentro.

Cuento corto, el yate se hundió a varias millas náuticas de Algarrobo. Por suerte todos llevaban chalecos salvavidas y pronto fueron rescatados por otra embarcación.

Fue así como empezaron las malas nuevas. Al poco tiempo dejé el Mercedes con las llaves puestas en Santiago y me lo robaron en tres minutos. Y para terminar de … las bodegas y la casa fueron saqueadas por una turba enajenada. Me quedé literalmente sin ninguno de mis bienes.

Me vino luego una angustia tremenda, cómo podía ahora ser feliz si no tenía nada. La teoría del agente del banco encontraba su lado siniestro. Me sentía sin ánimo, no podía conciliar el sueño, nada me llamaba la atención. Entonces decidí asistir a un siquiatra, luego a otro y luego a otro. A fin de cuentas los siquiatras me hicieron una oferta y estoy pagando quinientas lucas semanales. El siquiatra ha reemplazado hoy al sacerdote, porque ya no se cree en Dios, ni en los sacerdotes. Lo que nos salva hoy es la tarjeta o la farmacia.

Con respecto a los algoritmos, en mis momentos de lucidez, he reflexionado sobre sus alcances. Con mi águila sostenemos algunas diferencias al respecto: Mi águila cree que los algoritmos son una especie de inteligencia artificial. Yo por mi parte creo que no son más que sofisticadas triquiñuelas de los homo sapiens para hacernos consumir más. Creo que son como conexiones mecánicas, como juegos barrocos que funcionan con complicados mecanismos de cuerdas que se van uniendo de acuerdo a patrones estadísticos, la verdad, ¡no tengo la menor idea!, y encuentro geniales a los tipos que hacen funcionar los algoritmos. Tal vez mi águila tenga razón y los algoritmos son una especie de inteligencia artificial precaria. O tal vez no es que sean inteligentes sino que nosotros nos hemos vuelto completamente estúpidos.

 

Continuará

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